Más allá de haber sumado su octavo partido seguido sin perder, el 1-1 que Atlético rescató del magnífico estadio que Estudiantes inauguró ayer en La Plata dejó una lección: nunca invites al equipo de Ricardo Zielinski a tu fiesta de cumpleaños, de casamiento, de divorcio o de lo que sea porque sabe cómo arrebatarle el protagonismo al anfitrión. En escenarios viejos o flamantes, el “Decano” se especializa en eso que se llama ser “aguafiestas”.
En realidad, no es que Atlético decidió ser el centro de la escena en un día tan especial para Estudiantes, sino que salió a estropear el festejo ajeno sigilosamente, casi en puntas de pie: el equipo intentó llevar el partido a la frialdad en contraste con el ruido y los colores que pretendían los hinchas locales (y hasta los de Gimnasia, que para contrarrestar la algarabía de su rival llenaron la tarde de bombas de estruendo y bengalas azules y blancas por detrás de las tribunas del nuevo estadio).
En el primer tiempo y en el segundo, en igualdad o en desventaja, Atlético jugó como lo sabe hacer: como un ladrón de que no deja huellas de su crimen. ¿A quién podría culpar Estudiantes de que su festejo quedara inconcluso si ningún jugador de Atlético jugó por encima del nivel colectivo del “Decano”? Es cierto que Ariel Rojas fue un estupendo líder en el mediocampo y que la dupla central Bruno Bianchi-Jonatan Cabral -en especial el primero- jugaron durante gran parte del partido como para abrir un negocio de seguros futboleros pero lo mejor del equipo de Zielinski fue que, como siempre, se dedicó a minimizar al rival, a desgastarlo.
Casi sin delanteros -ninguno en el banco, por ejemplo-, Atlético fue durante los primeros 60 minutos el equipo que llegó más veces al arco rival: habría sido una ironía del destino que la filosofía de Estudiantes recibiera de contragolpe el primer gol en su nuevo estadio, pero entre Gonzalo Castellani en el final del primer tiempo -tras el rebote estuvo a punto de convertir Guillermo Acosta- y Lucas Melano al comienzo del complemento desperdiciaron tres chances muy claras.
Fue, en todo caso, el único pecado capital de Atlético respecto a sus últimos partidos, porque esta vez no tuvo la efectividad que suele caracterizarlo y Estudiantes se puso en ventaja cuando Cristian Lucchetti casi no había tenido trabajo: justamente los dos centrales, imperiales hasta entonces -a Cabral se le escapó Gastón Fernández y Bianchi despejó a los pies del goleador-, podrían haber hecho algo más en el histórico gol de Ángel Gónzalez, el primero del nuevo estadio.
Parecía que Atlético, sin poder renovarse en ofensiva, empezaba a perderse en su propio laberinto de mediocampistas, pero fue entonces que sacó a relucir el oficio de un equipo al que no le molesta jugar en escenario viejos o nuevos. Si existen golazos de córners, el de Atlético lo fue porque la ejecución de Rojas pareció un centro a medida para el furibundo cabezazo de Marcelo Ortiz en el primer palo.
Para la gente de Estudiantes fue un golpe porque tenía la fiesta preparada pero nadie debería haberse sorprendido: Atlético siempre sabe cómo estropear la alegría ajena.